Exodo
Una de las escenas más bellas que he vivido desde que llegué a Manengumba fue cuando ocurrió, hace un año, el éxodo de los pastores. Venían huyendo de la muerte, desde las montañas del oeste.
Huyendo de hombres que deseaban la muerte de los pastores. Hombres que querían acabar con su raza, despojarles de su hogar. Pero no lo consiguieron, ya que para un nómada no hay fronteras. El hogar de un nómada es el vasto mundo.
Algunos pasaron por aquí, ¿lo recuerdas, Manengumba?
En la lejanía eran una enorme nube de polvo. A medida que se acercaban, iba vislumbrando miles de cebúes que mugían a la vez, cansados de tanto andar. Los bororo les obligaban a avanzar sin parar, blandiendo sus varas, golpeando al suelo con ellas, otras veces sobre sus cuartos traseros.
Un centenar de esas reses, acertaron a pasar por aquí. Yo descendí para darles la bienvenida y para mostrarles los manantieles y una pequeña embalsadera donde las bestias puedan beber, pero ellos ya las habían encontrado, oteando desde lejos, antes de decidirse a caminar hacia acá.
Yo no hablo bororo, pero estuve con ellos, y comprendí lo que estaba pasando. Algunos habían perdido a familiares asesinados. Otros habían sido heridos y golpeados.
Pero ellos no sentían odio.
Descubrí en sus ojos un sentimiento de alivio y de agradecimiento, porque habían escapado del mal. Y porque estas montañas eran aún más bellas y verdes que las que dejaron atrás.
Sus reses bebían agua fresca y también se sentían aliviadas y agradecidas a la montaña.
¿quieres saber más?
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