La visita de los pastores
¿Has visto, Manengumba? ¡Tienes huéspedes!
La montaña sonreía, al ver cómo una familia de pastores bororo estaban acampando sobre ella. Habían elegido un hueco bajo un risco, protegidos de la lluvia y del sol, al poco de llegar ya habían improvisado una choza con la maestría de los nómadas.
Sus cebúes, una docena, estaban pastando unos metros más arriba, mugían de felicidad y los niños de los pastores jugaban junto a las bestias.
Anduve hacia aquel lugar y los niños en seguida me vieron. Tenían un poco de miedo, pero el mayor me esperó. Yo le conocía, y él se acordaba de mi, del año anterior. Bienvenido a Manengumba, le dije. El me sonreía con cierta incredulidad, pues el año anterior cuando le explicaba que vivía sobre la montaña, pienso que no me hizo mucho caso.
¿Comes con nosotros?
Cuando llegué al poblado traído de la mano por todos los niños, los bororo me sonrieron. Primero me saludaron los hombres, los dos hermanos que ya conocí el año anterior, luego sus mujeres. El hermano mayor me dijo que se había casado de nuevo, cuando estaba en el norte. En seguida supe de quién se trataba, al ver las joyas de la dote sobre su pelo.
Los bororo son pastores, pero apenas comen carne; sólo en los casamientos. Comí muy bien con ellos y me contaron historias sobre las montañas del nor-oeste. Me hablaron de los lagos, del misterioso gran lago Nyoss, y de otros.
- ¿Hacia dónde vais?, les pregunté.
- Nos han invitado a pasar la época de lluvias cerca de Fako, en el poblado nuestra familia. Allí hay buenos pastos.
- Que tengais mucha suerte, tal vez nos veamos el año próximo, si seguis haciendo esta ruta.
- Seguramente sí. A las bestias les gusta mucho esta montaña.
- El año que viene podríais hacer aquí vuestro campamento familiar. Estaríamos muy contentos.
- Tal vez. Lo hablaremos con la familia.
¡Adios, amigos! , me despedí.
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