Un volcán dormido en el corazon de Africa

martes, 30 de septiembre de 2003

Oku



La estación seca trae la calma. El fresco por la noche, el amanecer despejado.
Los habitantes de Oku abandonan los paraguas y salen al mercado. Las abejas acuden a los panales. En el mercado se vende lo recogido durante las lluvias. En las laderas de las montañas, aún los ríos vierten sus aguas al vacío creando colas de arcoiris entre el verdor.
El sol ahora golpea fuerte a mediodía sin el freno de las nubes, y ríe solo, ahora rey de los cielos.
La luna sonríe a su vez por las noches ya que los nimbos se marcharon a buscar las lluvias. Ahora ella es también reina y las estrellas reflejan su placidez.
Ahora es la época de los astros.
Ya no hay lugar para las blandas flores, que sin protección y sin lágrimas se marchitan mientras las abejas se apresuran a guardar el polen de las últimas corolas. Y los habitantes de Oku se apresuran en tomar su miel.
La época seca se avecina. Y todos se apresuran, antes de que el polvo de la tierra cubra las veleidades del azul cielo y ya no se pueda respirar.
Los astros se olvidan de los habitantes de la tierra, para triunfar en el cielo. Ahora sólo queda esperar el regreso de las nubes.

domingo, 28 de septiembre de 2003

Canción a mi Luna


Hay tanto que contarte, mi Luna, tanto...
Que las palabras brotan con torpeza de mi boca cuando no caen en torbellino, porque tanto hay en mi, tantos anhelos que he de convertir en frases, que te he de mostrar coloreando imágenes, hay tanto...
Deseos que nacen, que brotan a cada paso de mi nacimiento.
Y sé que me falta gallardía, mi Luna, que mis pies están acartonados, que avanzan despacio, pero avanzan seguros, avanzan pequeños pero mirando lejano, mirando a quien gobierna el cielo estrellado, la noche, mirando a la emperatriz de las estrellas.
Será tu sonrisa mi guía. Luz de plata que me mostrará el camino a tu regazo.
Mis palabras encierran misterios que son albos. Mis palabras encierran formas que son puras, que son belleza. Como son también mis deseos, como son también mis sonrisas, reflejo de los tuyos, de las tuyas.
Sé que mis ropas, mi equipaje, están sucios y atados. Espera a que llegue a tus frescas aguas, ellas limpiarán el trasiego.
Que tú, mi Luna, ya me cubres de un manto blanco, de luz de plata. Y sé que ninguna bestia de la noche me podrá detener en el camino que he marcado a tu ternura.
Esta es ahora mi empresa.

sábado, 27 de septiembre de 2003

Hoy


Hoy el alba ha nacido sin color
y Manengumba se inquieta;
abre sus dos ojos al cielo.
Uno verde,
el otro azul.
Y pregunta al cielo
- hoy pálido -
por los colores fugitivos.

Las nubes hoy están lejos
y jironean al estirarse.
Los vientos silban y empujan
y borran el camino de las aves,
que también marcharon.
El viento levanta la tierra que seca,
que va secando,
y una racha de polvo borra
las huellas de pastores
que también se llevan sus bestias
abajo.

Manengumba abre sus ojos claros
los abre sinceros al cielo y pregunta
¿dónde fueron los colores
de nuestro paisaje?

El cielo mira desde alto
Toma aliento para bramar
Y truena:
Ya no hay lluvia.
Me la he llevado.


Hoy comienza la estación seca.

jueves, 25 de septiembre de 2003

Nigel Barley


Nigel Barley es un antropólogo torpe.
Un viajero que no quería viajar. Un erudito que no quería conocer.
Un inglés excéntrico (no se preocupen a él le gusta saber que los españoles le suponemos así) que hizo un viaje a Camerún.
Lo conoció por casualidad, cerrando los ojos ante un mapamundi y tirando un dardo; el azar quiso que se clavara en el pueblo dowayo.
Su poca convicción en los métodos epistemológicos le sirvió para poner en tela de juicio los trabajos de campo y así poder visitar aquel pueblo primitivo con inocente torpeza.
De su primera visita, sacó dos estudios: la tesis doctoral sobre los dowayos en Camerún que le valió el correspondiente progreso curricular y una novela bestseller, especialmente escrita para torpes y otros que nunca quisieron saber.
Disfruto leyendo sobre todo ese párrafo donde el antropólogo fue a desvelar los secretos del jefe de la lluvia dowayo, aquél que manejaba los vientos y las lluvias usando las piedras de la lluvia, las cuales resultaron ser canicas de vidrio de color. ¿Cómo justificar ahora su viaje a aquel lugar abominable, donde era además imposible tomar un té con leche?
Pero en seguida encontró una excusa para regresar a enfrentarse a una plaga de caterpilars (que es la palabra en pidjing para llamar a los escarabajos, y no a las orugas). Y se encontró con que ya no conocía a sus antiguos amigos dowayos ya que después de un año ya no llevaban la misma camiseta.
Por fin, se entrega al estudio de unas mastectomías inexistentes y al fin regresa al mundo civilizado donde toma un café pensando una nueva excusa para volver a África. Esta vez un sombrero fabricado en Camerún le da la pista.
Nigel Barley nos analiza rigurosamente el dedo del sabio a quién pregunta por la luna y uno se acaba preguntando si en definitiva esto es lo único necesario y suficiente que el discurso científico nos aporta.
Que nadie viaje a África sin haberlo leído antes.

Su dedo


Estando en Duala, vino a visitarme mi amigo JD Tagne. Hacía tiempo que no nos encontrábamos, me alegró volver a verle. En seguida estábamos hablando sobre temas interesantes que se pueden encontrar en internet.
Fuimos a un cybercafé y le mostré mi blog, manengumba, donde escribo sobre mi vida en relación con África. Lo estuvo leyendo un rato y sus reacciones me enseñaron mucho.
Leyó mi post sobre los proverbios bamilekes, su propia etnia, y sonrió al identificar aquella frase siempre escuchada de la boca de sus padres, ahora traducida en español, impresa sobre una pantalla y publicada en internet.
- La traducción es correcta, me dijo, pero a menudo se dice de otra forma.
Estiró su dedo índice hacia el cielo y dijo:
cuando el sabio señala la luna,
el hombre torpe sólo ve su dedo
.

domingo, 21 de septiembre de 2003

Presente


Ni la acción de los misioneros, ni la imposición de la democracia acabaron con el sistema polígamo en África.
Hoy día, la poligamia es una opción matrimonial. Pero hay que elegirla y determinarla al casarse con la primera mujer. Al igual que la opción de bienes comunes o separados, está la opción de unión monogámica o poligámica.
Luego, en el hogar hay otras cuestiones que solucionar.
Cada mujer vive en su casa con sus hijos, pero todas en una porción de tierras heredadas o recibidas del jefe que se denomina concesión. La casa central es para el hombre y detrás están las de las mujeres. Aparte, están las casas de las viudas que dejó su padre, que se convierten también en cónyuges al recibir la sucesión.
Cuando el marido era un guerrero, éste se encontraba generalmente fuera de la concesión donde vivían las mujeres y apenas había problemas.
Ahora, que ya no hay más guerras que las económicas, el hombre suele permanecer en casa.
Ahora es cuando, para mantener la armonía entre las mujeres, entra en funcionamiento el ingenio del hombre de la casa. Aquí es donde el hombre ha de demostrar que la diplomacia es capaz de enfriar las guerras de celos entre sus esposas y sus respectivos hijos.
Se han dado casos de envenenamientos entre los habitantes de la concesión, debido a que el hombre no ha sabido manejar una simple discordia.
Muchas de estas concesiones hoy día permanecen vacías, pues las mujeres han huido de las presiones y de la lucha. Siguiendo el proverbio bamileke, mejor el frío, que la leña de la discordia.
En las ciudades, hay hombres adinerados que crean reducidas concesiones, pero la mayoría no serán nunca heredadas por su hijo sucesor.
Y es que por encima de la moral impuesta, hay algo que ha cambiado la sociedad africana y es simplemente, que los hombres ya no son esenciales, que las mujeres estudian y trabajan.
Y que también en áfrica estamos en el siglo XXI.

sábado, 20 de septiembre de 2003

Origen


Los bamilekes conquistaron la cadena montañosa de bambutos en los tiempos en que los pueblos en Africa aún buscaban su lugar. En los tiempos en que el avance del desierto de norte a sur del continente empujaba unos pueblos contra otros y los del sur, contra la selva.
Los bamilekes sobre las montañas empujaron a los bassa hacia la costa, a los duala, a los beti al interior. Ellos detuvieron a los haussa que venían del norte y pelearon contra los bamún al este, para mantenerlos tras el río nkam. Al oeste tenían a pueblos guerreros superiores que les empujaban sobre las montañas.
A lo largo de los años y las guerras, los bamilekes eran un pueblo guerrero donde escaseaban los hombres.
Los jefes de cada familia agrupaban a sus guerreros y los entrenaba para defender las fronteras que los ancestros habían delimitado.
Las mujeres quedaban al cuidado de esas tierras, las hacían germinar y se ocupaban de los hijos.
Todas las tierras son del jefe, llamado Fo
Cada guerrero podía casarse con un número ilimitado de mujeres, dependiendo de la extensión de las tierras que el jefe le había otorgado por sus méritos.
Y cada mujer tenía una tierra, una casa, de las que era dueña y una docena de hijos a los que criar, ella sola. Su trabajo consistía en mantener los campos sembrados, procurarse de leña, mantener la marmita en el fuego y guardar agua fresca. De este trabajo ella era jefa y repartía responsabilidades con sus hermanas pequeñas y sus hijos mayores.
A esto es a lo que los misioneros blancos llamaron poligamia cuando llegaron.
Y entonces, comenzaron los desatinos.

jueves, 18 de septiembre de 2003

Lo válido


Sólo es válido
aquello que es suficientemente grande
como para compartirlo


(Sabiduría tradicional bamileke)

miércoles, 17 de septiembre de 2003

Comprendo


Hoy comprendo que me encuentro en Madrid, después de casi un mes de haber llegado, tal vez el tiempo que me hubiera llevado hacer el viaje en autobuses, haciendo la ruta de los pateros y asimilando la distancia del viaje.
Tomo el metro y me dirijo al centro. La puerta del sol me recibe llena de gente, todos en movimiento, desplazándose de un lado a otro, atravesándola por todas sus diagonales posibles, en silenciosas procesiones.
Veo senegaleses, que venden discos compactos sobre sábanas blancas atados por un asa en las esquinas, para permitirles la huída rápida.
Me siento extraño, extranjero, pero no me doy cuenta porque así me siento habitualmente en todas partes.
Cuando estoy en áfrica, al cruzarme con un blanco, un hermano de etnia, es inevitable que nos intercambiemos esa sonrisa de complicidad que lo dice todo.
Alguna vez, en la ciudad, conduciendo he visto un blanco caminando por un barrio no muy deseable y me he sorprendido a mi mismo parando el coche y preguntándole si todo va bien.
Ahora, voy caminando por carretas y me cruzo con un centroafricano que lleva una enorme bolsa blanca de plástico llena de bolsos de mujer.
Comprendo que son sus mercancías que acaba de comprar al por mayor en una tienda de importación china y se dispone a venderlas sobre una sábana.
Le miro a los ojos sin darme cuenta y él me mantiene la mirada. Luego la suaviza y acabamos por sonreirnos.
Ahora ya no me siento tan extraño en mi país natal.

martes, 16 de septiembre de 2003

Albino


En áfrica, hay dos tipos de blancos, los buenos y los otros. Un "bon blanc", es un albino africano, un negro de piel incolora. Tradicionalmente, una maldición; actualmente, un marginado.
No sólo tienen la piel blanca, sino que ven con dificultad y sufren quemaduras solares. Un patito feo en el continente de la belleza. Una broma de la naturaleza, una travesura de dios. Una pesada carga para llevar a lo largo de una vida.
En otros tiempos, se les practicaba todo tipo de ritos de brujería para purificar a la familia que con su nacimiento había sido señalada, avisada de otras tragedias aún mayores, aún por avecinar.
Salif Keita es un albino que cambió su destino. Un albino que destruyó su maldición personal por medio de su voz, a lo largo de su soledad de rechazos repetidos.
Un "bon-blanc" que nos enseña la lección de la raza humana. Que nos enseña a cantar y a escuchar otros ritmos diferentes de los que estamos acostumbrados.

lunes, 15 de septiembre de 2003

Codicia


Al pie de Manengumba, está la ciudad de Nkong.
El suelo volcánico le otorgó la fertilidad de sus campos y la promesa de la prosperidad, pero fue maldita por la codicia.
Alemanes, franceses y por último griegos fecundaron la tierra con cepas de café, miles, millones de arbustos que al ritmo de las estaciones secas germinaban sus flores y engendraban millones de sacos de grano verde de café: arábica en los lugares altos y robusta en los valles.
La fertilidad construyó la ciudad, la producción encaminó las vías ferroviarias de la ciudad del café hasta el puerto y la carretera no tardó en adoquinarse.
Bellas casas con jardín y veranda aparecieron para alojar a los extranjeros que iban llegando cada vez más y los coches hicieron también su aparición.
Los extranjeros enseñaron a los indígenas a trabajar y éstos recibían su sueldo en unas piezas de latón que los colonos fabricaban y llamaban kap. Uno de aquellos trabajadores, Samba Martin, formado en Alemania, completó el nombre de la ciudad, ahora llamada Nkongsamba.
La ciudad de la prosperidad, donde el café manaba de la tierra y se clasificaba y ataba en sacos y se cargaban en vagones de tren, todo a cambio de unas piezas de latón. A más demanda, más kap. Los colonos ponían sus tiendas, donde vendían aquellas maravillas del mundo perfecto de ultramar, a cambio del kap sudor de sus frentes: mecheros, cerillas, cerveza, camisas, radios, azúcar, arroz, pan, bicicletas, lámparas de petróleo, cubos de plástico, botellas de vidrio, cerveza, sombreros, semillas de patatas, semillas de maíz, aceite de palma, sartenes de metal, cacerolas de porcelana esmaltada, libros, lápices, pizarras, tizas, conejos, pollos y patos, cepillos de dientes, jabones y peines, cocacola fría, vino y coñac, más cerveza aún.
Luego llegó la descolonización, los extranjeros marcharon y abandonaron las tierras al nuevo gobierno, quien subvencionó las recompras a los dueños tradicionales y a los trabajadores emigrados de otras regiones. Los bamilekes se quedaron con las tiendas.
Hoy, Nkongsamba es una ciudad bella pero envejecida y olvidada. Los edificios no se han arreglado, el asfalto de las calles se rompe un poco cada día, las fachadas coloniales se manchan de lluvia, los coches, siguen allí, los mismos citröen dos caballos, modelo escarabajo de los años 60, las vías ferroviarias se desmantelaron. Hoy los agricultores, desentierran cafetales para plantar maíz, banana o palma. Y muchos se fueron a las grandes ciudades, Duala o Yaundé.
Pero ahora, ya no hay esclavitud en Nkongsamba.
Veulez-en savoir plus?
UPDATE
Aclaro que esta historia real no ocurrió durante la edad media, como alguno puede pensar, sino a lo largo del siglo XX, mientras que Marx escribía sus teorías sociales, mientras que ocurría en rusia la revolución bolchevique, mientras que se imaginaba la ciudad hipotética walden, mientras que se representaban las obras de Bertol Bretch, mientras que el Ché empuñaba su bandera, mientras que españa votaba en sus repúblicas, mientras que Freud hablaba sobre los sueños, mientras se construía el muro de Berlin, tras destrozar Hiroshima con una sola bomba, mientras cantaban los Beatles Lucy in the Sky with Diamonds.
Camerún se independizó políticamente de Francia y Reino Unido en 1960.

sábado, 13 de septiembre de 2003

Mapa


Dedicado a Hernán González
En el valle, la manada de cebúes, se dirigía hacia la ciudad, Nkongsamba, que era también mi camino. Bajé la ladera y me acerqué a los pastores. No me miraron hasta que estuve a su lado, porque ya me habían percibido antes de comenzar mi descenso. Al llegar me sonrieron simplemente, seguros de que no conocía su lengua, cosa que así era. Saludé en lengua fulbé, que es pariente de la suya y ellos respondieron con sorprendida risa.
Caminar en compañía de un pastor mbororo y sus reses no exige ninguna explicación y en seguida me ofrecieron agua de una botella de plástico que uno de ellos llevaba atada a la espalda con una cuerda.
Después de beber, y de agradecerles sus atenciones, pregunté si iban a Nkongsamba y el más joven respondió en francés que no, que iban a Duala.
Eso está lejos, murmuré, y me respondieron con una sonrisa. Busqué en mi mochila un mapa que suelo llevar y se lo mostré. Fijaos, son más de doscientos kilómetros.
El pastor que sabía francés, agarró el trozo de papel que yo sostenía y se quedó un rato observándolo. Después, me lo devolvió sonriendo.
- Faltan muchas cosas en tu mapa. Me dijo. Faltan muchos nombres de lugares. Faltan muchos caminos. Las fuentes no están indicadas. No aparece ningún camino, sólo las carreteras. Tampoco están nuestros poblados, sólo las ciudades.
- A mi me sirve para no perderme, contesté.
- ¿Quién puede perderse aqui?, rió. Los caminos están correctamente trazados en el suelo. ¿Por qué mirar a un papel para seguir el camino que ya pisan tus pies?


jueves, 11 de septiembre de 2003

Nómada



Ser nómada no es ser pobre, sino poseer todo el mundo y crearlo a medida que se avanza.
Ser nómada no es carecer de casa, sino vivir en muchas y construir otras.
Ser nómada no es ser libre, sino pertenecer a la tierra y unirse a sus leyes.
Ser nómada no es vivir solo, sino ser héroe de la vida, padre de una especie.
Ser nómada no es ser atrasado, sino maestro de las sendas, cartógrafo de la sabiduría.
Ser nómada es un camino posible.

miércoles, 10 de septiembre de 2003

Basilé


De puntillas sobre la loma más alta de Manengumba, miro al suroeste. El sol anaranjea el mar de cielo a mi derecha.
De frente sobre nosotros, se encuentra Fako, el padre de los otros montes que me rodean. El mayor y el más poderoso de cuantos nos rodean. El monte Fako, el impetuoso, el que gimiendo y sangrando se elevó en el pasado de los montes desde el mar hasta las nubes. El que aún ha de crecer y desgajar la tierra.
Tras él, mi mirada se impregna de nuevo con la efigie negra de Basilé, el volcán que creó desde la profundidad del océano. El que hizo hervir las aguas. El que abrió el mar, para besar las nubes, para conocer a las aves, para sonreír al sol. El que empujó a su hermana la Caldera de Luba, para no estar solo, para crecer juntos hacia la luna, para escuchar juntos las canciones de los vientos.
Allí se posaron mis ojos, entre los dos montes hermanos.
- Sabes que si vas a Basilé, me dijo Manengumba, tendrás que abandonar tu caballo en el continente. ¿Lo sabes?
- Lo sé.
Y mis pensamientos se ensombrecieron.
Pero no dejo de mirar.
Allí es donde miran mis ojos, en estos días.

martes, 9 de septiembre de 2003

La duda


Manengumba, la montaña que fue volcán, nunca duda. El conocimiento le ha sido dado y es inamovible, perfecto, concreto, global. Ve muy lejos y conoce todos los nombres de los árboles, de las grandes rocas, de las otras montañas, incluso las que yacen bajo las aguas de los mares. El resto de conocimientos los propagan las nubes y los susurran los vientos desde cualquier lugar del planeta. Cuando algo le falta, también la luna se lo canta de noche en voz baja.
-Así es Juan, tal como lo has dicho.
-Entonces, Manengumba, hay algo que deseo saber.
-¿Y qué es?
-¿Dios existe?
La montaña rió. "¿Esa es tu duda?"
Las montañas fuimos esculpidas y los árboles engendrados sobre la tierra. Luego comenzó la poesía de los seres efímeros.
Nacieron las aves, los peces y los cuadrúpedos. Nacieron los hombres.
De todo lo nacido, tan solo los hombres dudais. Ese es vuestro milagro.
- Y por qué el escultor nos hizo así, manengumba?, yo preferiría ser como los demás nacidos, vivir en la certeza, en la compañía, no sentirme abandonado.
- El forjador hizo a los hombres ignorantes, porque él mismo duda de su saber. Él espera de vosotros la respuesta a sus preguntas.

Nacer


Cuando es de noche sobre manengumba, el haz de luz blanca se alza sobre el valle de su cráter, iluminando cada onda de sus aguas frías.
Sentado, observo la fuente de la maravilla y mis ojos no desean dejar de inundarse de esta danza de ninfas sobre las flores de luna.
Me sonrío y al hacerlo, mis pupilas también titilan la magia. De la luz sobre las sombras; del fluí­do sobre la roca; la magia del sueño sobre mi locura.
Y entonces ya duermo, ya le entrego mi cuerpo a manengumba, para que me lo mezca, para nacer de nuevo, con el alba del sol de mañana.
Lavar mi cuerpo y mis ropas cansadas, sobre estas tus aguas y poder volver a reirme, a amar el día, a ser de nuevo el niño que era.

lunes, 8 de septiembre de 2003

Excusas


De cuando en cuando, una barca que llegaba de la costa nos proporcionaba un contacto transitorio con la realidad. Unos negros empuñaban los remos.(...)Aquellos tipos gritaban, cantaban(...); tenían músculos y huesos, una salvaje vitalidad, una intensa energía de movimientos, que resultaba tan natural y verdadera como las olas que rompían contra la costa. No necesitaban excusa para estar allí. Era un gran consuelo mirarlos.


Así describe Joseph Conrad a los indígenas africanos en 1902 (El Corazón de las Tinieblas). Desde hace un siglo, no ha cambiado. Los blancos, como él y como yo, seguimos necesitando una excusa para estar en Africa.
La suya fue la atracción que le producían aquellos lugares en blanco en el mapamundi del siglo XIX.
Para mí, tal vez sea la atracción de lo primitivo, de dar con el núcleo puro de nuestra especie artificial, la búsqueda del hombre desnudo de adornos. Aprender, saber más, en definitiva.
Para los demás blancos, como ya denunciaba Conrad hace cien años, sólo hay una excusa: el dinero. Griegos, franceses, estadounidenses, peruanos, italianos, chinos, indios y algún español viven hoy repartidos por Africa con el fin de hacerse ricos, o al menos de ganar mucho más que en sus países de origen.
Pero no sería justo dejar a otro grupo de blancos: los misioneros. Sus excusas, son diferentes. Para algunos, el voto de obediencia, que respetan friamente. Para otros anunciar la buena nueva a los ignorantes. Ayudar, enseñar, organizar, construir. Todo son excusas, sin embargo. Excusas que cumplen y luego se van.
Por eso, cuando los miro, como Conrad, los africanos me dan mucho consuelo no solo por estar alli sin excusa alguna, sino por ser los que son dueños de ellos mismos, maestros de su medio. Reyes en sus palacios.
Anfitriones de invitados con el vientre demasiado dispuesto.

domingo, 7 de septiembre de 2003

A Aimé Cesaire


Amigo Aimé, mi hermano poeta
Hoy te digo que a mi me salen tus cuentas:
que dos y dos son cinco
que la selva maúlla
que el cielo se alisa las barbas

Que yo también asumo mi raza
mis pretensiones
mi raza de hombres esclavos de vida
esclavos del café a las siete
del findemes.
De mi raza de hombres salvajes,
sedientos, tramposos
de muertos vivientes camisa y corbata.
A mi me salen tus cuentas.
Que danzar la vida no retrasa
apurado es quien va solo
perseguido es quien se escapa.
Asumo mi raza maldita de felicidad
que nunca se encuentra
que se deja olvidada en casa
al salir
que se guarda para que no se vea,
que se embotella y se sirve fría
con gas
para los que tienen tu sed.
Te respeto tanto, mi hermano mayor, Aimé,
que me salen tus cuentas
y ya me apresuro a crear el teorema.
Enseñar aritmética a las razas,
antes de que todos hablemos el mismo frío idioma.

viernes, 5 de septiembre de 2003

Dioses


Para las montañas, el tiempo no existe. Todo cuanto ha ocurrido es el presente. El pasado es cuando la tierra bullía en el interior, cuando se desgajaban las colinas y se vertia la lava incasdescente sobre la espuma del mar. Entonces las nubes portaban azufre, los ríos llevaban lava y llovia fuego y llamas. Asi es como nacieron y crecieron hasta ser lo que son.
- Manengumba, dije al llegar, tu eres el dios de los hombres de alla abajo.
- Juan, tu sabes que solo soy una montaña, no?
- Pero los hombres te llaman el trono de dios, y pienso que es verdad ...
Manengumba sonrió. Bueno, tal vez lo sea: yo les llevo el agua limpia que beben; yo les detengo las nubes de tormenta, para que rieguen bien sus campos; sobre mis verdes pies pastan y engordan el ganado; en mis selvas moran aves y otra presas que cazan. Tienen razones para pensarlo.
Pero te voy a explicar por qué me llaman de este modo.
Saben que soy un volcán y me temen.

jueves, 4 de septiembre de 2003

El zapatero mbororo


Yendo de regreso a manengumba, pasé por el pueblo que vive a sus pies. Alli compré unas cerillas y fui a ver a un mbororo ciego, que al no poder ya llevar ganado, ahora arregla zapatos. Le di los mios y me senté a su lado ya que estaba descalzo.
Nos habiamos saludado antes, salam aleikum, luego en fulbé yamna, pero no supe añadir algo en mbororo, cosa que no le molestó.
- Juan, me dijo, mi hija se casa pronto, te vendo una res.
- Quien te dijo que yo compro reses, ahora?, reí.
- Te ayudará. La gente del pueblo se pregunta qué haces en lo alto de una montaña. Tu sabes que es el trono de su dios, y que la gente habla mucho, no saben por qué un extranjero viene hasta aqui para vivir junto a su dios.
- Tienes razón, papá. Pero no podria ocuparme de ella. Sabes que no estoy siempre en la montaña.
Tras la negativa, el zapatero quedó pensativo, mientras cosía.
- Tú sabes que yo no creo en los dioses de estas gentes, me dijo, yo voy a la mezquita.
- Ya lo sé.
Luego siguió con su trabajo. Con sus dedos calculaba la superficie de la piel de mis zapatos. Las puntadas eran perfectas.
- Por qué no regresas a tu pais, Juan?
Nunca me ha molestado esta pregunta, tantas veces me la han hecho; muchos menos viniendo de mi papá mbororo.
- Tú has preparado la boda de tu hija desde que ella nació, al igual que las de tus otras hijas, asi como las de tus hijos. A mi nadie me ha preparado la mía. Se supone que cuando la quiera hacer, la pagaré yo.
- Toma tus zapatos, hombre pagano. Dame mi dinero y vete rapido, porque te he hablado bien y no me quieres entender.
- Gracias, papa, algun dia comprenderé.
Le pagué lo que le debía, me puse mis zapatos y comencé a subir a la montaña.

martes, 2 de septiembre de 2003

Despedida


La sabiduria bamileke dice que Si amas la verdad, ten siempre tu caballo preparado y el mio siempre lo esta.
Me marcho de la selva, porque yo no soy pigmeo, ni trafico con madera, ni sufro sed de petroleo.
Me marcho porque mi sitio esta en otra parte, en un lugar donde a nadie le gustaria permanecer; visitar tal vez, pero pocos serian capaces de quedarse.
Mi sitio es la cima de un antiguo volcan, mi sitio es Manengumba.
Ahora, me marcho y mi trabajo queda aqui, que el sol haga el resto.
Ahora, ya puedo regresar a Manengumba.
Adios, mis hermanos pequeños, adios a las personas que admiro. Espero pronto tener una excusa para regresar, y espero que mi trabajo os sirva.
.

lunes, 1 de septiembre de 2003

Mallart


No puedo dejar esta selva sin pensar en Lluis Mallart.
El fue uno de los ultimos misioneros, de los de antes, de sotana y rosario, un misionero que al llegar aqui, a la selva, se convirtió y se hizo hijo de los evuzok.
Si él me conociera, diria de mi que soy un "okupa" de africa, y seguramente muchas otras cosas mas que me encantaria escuchar.
Un hombre inquieto y buscador, un descubridor y también un poeta que siempre me ha despertado una gran admiración y agradecimiento, no solo por lo que ha vivido, sino por contarnoslo y por haber sido tan sincero.