Un volcán dormido en el corazon de Africa

sábado, 20 de diciembre de 2003

La bisabuela


- Dame el bebé -me dijo la bisabuela- quiero tomarlo en brazos.
Le miró las manos, le colocó el vestido, la abrazó sobre su regazo y sus ojos se humedecieron.
Se quedó un rato así sin, decir nada. Los otros niños de la casa miraban la escena de lejos en el patio de la concesión, en silencio.
Estoy seguro de que conocer a su biznieta iluminó sus pensamientos sombríos, la amargura de una viuda que conoció días de dicha, que conoció el sufrimiento, que en aquellos días vivía el abandono, la espera parsimoniosa de los días de vejez, los días de recuerdo, de remordimiento, de revolver en rencillas pasadas, de husmear en momentos que ya son caducos, que ya no valen ni para sonreir, en un mundo cambiado, falso, mutilado.
Por fin, me miró y me dio las gracias. Me dijo que de verdad, del fondo de su corazón me da las gracias por haber venido. Por haberle presentado a su biznieta.
Y se quedó callada otro momento lleno de interminables recuerdos, de imágenes pasadas, de golpes de envidia, de desasosiego. Momentos de guerra, de dolor, momentos de pérdida, momentos de fiebre, de temblor, de locura, de lágrima.
- Ahora que ya conozco a mi biznieta, ahora ya me puedo morir.

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