Un volcán dormido en el corazon de Africa

viernes, 17 de octubre de 2003

La sonrisa pícara


Hoy estuve comiendo en uno de esos gigantes del fast-food que hay en el centro de Madrid. Cada cliente hace cola, pide lo que quiere y es servido en menos de dos minutos en la barra, donde paga y recupera su bandeja que él mismo deposita en una mesa libre. Cada uno su bandeja, cada uno su mesa, cada uno sus pensamientos, cada uno su conversación, cada uno su inquietud cejijunta, cada uno su mirada puesta en su dirección.
En ese orden irrumpió una niña de unos trece años vestida con una falda larga, un jersey que le cubría las manos y una deslumbrante sonrisa. Acudía a cada mesa y pedía dinero sin dejar de sonreír. Cuando conseguía que le miraran para negárselo, añadía que tenía hambre y quien más quien menos le iba dando una parte de su comida, una parte insignificante, pero ella las iba juntando en un vaso de cartón y cuando lo llenó, llamó a su hermano pequeño que miraba detrás del escaparate para venir a comer con él.
Los hermanos comían con apetito y sonreían a los demás clientes, con miradas pícaras e ingenuas. Los clientes del fast-food que habían contribuído a que aquel milagro se produjera en la Gran Vía, les devolvían las miradas, algunos con envidia de aquella felicidad de los niños, de aquella alegría virginal, espejo del contraste con ellos mismos.
Un empleado de seguridad acudió en seguida y los niños le miraron sin dejar de sonreír, mientras les echaba fuera del local. Ya en la calle, en la puerta del fast-food, les pregunté si querían más. Y me dijeron que no, que ya habían comido mucho hoy. Y me contagié de su felicidad cuando me despedían agitando sus blancas manos.

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