Un volcán dormido en el corazon de Africa

lunes, 8 de septiembre de 2003

Excusas


De cuando en cuando, una barca que llegaba de la costa nos proporcionaba un contacto transitorio con la realidad. Unos negros empuñaban los remos.(...)Aquellos tipos gritaban, cantaban(...); tenían músculos y huesos, una salvaje vitalidad, una intensa energía de movimientos, que resultaba tan natural y verdadera como las olas que rompían contra la costa. No necesitaban excusa para estar allí. Era un gran consuelo mirarlos.


Así describe Joseph Conrad a los indígenas africanos en 1902 (El Corazón de las Tinieblas). Desde hace un siglo, no ha cambiado. Los blancos, como él y como yo, seguimos necesitando una excusa para estar en Africa.
La suya fue la atracción que le producían aquellos lugares en blanco en el mapamundi del siglo XIX.
Para mí, tal vez sea la atracción de lo primitivo, de dar con el núcleo puro de nuestra especie artificial, la búsqueda del hombre desnudo de adornos. Aprender, saber más, en definitiva.
Para los demás blancos, como ya denunciaba Conrad hace cien años, sólo hay una excusa: el dinero. Griegos, franceses, estadounidenses, peruanos, italianos, chinos, indios y algún español viven hoy repartidos por Africa con el fin de hacerse ricos, o al menos de ganar mucho más que en sus países de origen.
Pero no sería justo dejar a otro grupo de blancos: los misioneros. Sus excusas, son diferentes. Para algunos, el voto de obediencia, que respetan friamente. Para otros anunciar la buena nueva a los ignorantes. Ayudar, enseñar, organizar, construir. Todo son excusas, sin embargo. Excusas que cumplen y luego se van.
Por eso, cuando los miro, como Conrad, los africanos me dan mucho consuelo no solo por estar alli sin excusa alguna, sino por ser los que son dueños de ellos mismos, maestros de su medio. Reyes en sus palacios.
Anfitriones de invitados con el vientre demasiado dispuesto.

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