Un volcán dormido en el corazon de Africa

sábado, 13 de septiembre de 2003

Mapa


Dedicado a Hernán González
En el valle, la manada de cebúes, se dirigía hacia la ciudad, Nkongsamba, que era también mi camino. Bajé la ladera y me acerqué a los pastores. No me miraron hasta que estuve a su lado, porque ya me habían percibido antes de comenzar mi descenso. Al llegar me sonrieron simplemente, seguros de que no conocía su lengua, cosa que así era. Saludé en lengua fulbé, que es pariente de la suya y ellos respondieron con sorprendida risa.
Caminar en compañía de un pastor mbororo y sus reses no exige ninguna explicación y en seguida me ofrecieron agua de una botella de plástico que uno de ellos llevaba atada a la espalda con una cuerda.
Después de beber, y de agradecerles sus atenciones, pregunté si iban a Nkongsamba y el más joven respondió en francés que no, que iban a Duala.
Eso está lejos, murmuré, y me respondieron con una sonrisa. Busqué en mi mochila un mapa que suelo llevar y se lo mostré. Fijaos, son más de doscientos kilómetros.
El pastor que sabía francés, agarró el trozo de papel que yo sostenía y se quedó un rato observándolo. Después, me lo devolvió sonriendo.
- Faltan muchas cosas en tu mapa. Me dijo. Faltan muchos nombres de lugares. Faltan muchos caminos. Las fuentes no están indicadas. No aparece ningún camino, sólo las carreteras. Tampoco están nuestros poblados, sólo las ciudades.
- A mi me sirve para no perderme, contesté.
- ¿Quién puede perderse aqui?, rió. Los caminos están correctamente trazados en el suelo. ¿Por qué mirar a un papel para seguir el camino que ya pisan tus pies?


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